En Argentina es un clásico del domingo descorchar unas botellitas de vino o una damajuana y tirar carne a la parrilla. Muchos ni siquiera esperan a este día, pero es indudable que forma parte cotidiana de la mesa argentina. Para gran parte de la población también es costumbre participar de las misas durante el fin de semana.
Este fue el disparador para pensar en qué influencia podrían tener las religiones en los usos y costumbres al momento de alimentarse, y en particular, cómo podría afectar al consumo de vino. Religiones, costumbres, la sangre de cristo, la mano del diablo, amantes y detractores, de todo eso habla la columna de hoy. Y le pido por favor que si me equivoco en algún dato técnico sobre alguna religión me lo haga saber porque yo estoy muy lejos de ser un erudito del tema. Sobre vino algo sé.
Por cuestiones didácticas esta será la primera parte.
La biblia es el libro sagrado de varias religiones y en ella se nombra al vino unas 200 veces. Como veremos más adelante, para la congregación más numerosa de nuestro país, los católicos, forma parte de un rito sagrado. Es decir se toma en un sentido positivo y por ende no hay mayores dramas en cuento a su consumo. Pero no todas las religiones basadas en la biblia lo toman de igual manera. Es decir, el vino tiene muchas interpretaciones, según la mirada de la religión en cuestión. En esta columna trataremos someramente la relación de algunas de las religiones que se profesan en en nuestro país y el vino.
El vino según los católicos
Como usted ya sabrá, la difusión de esta institución estuvo muy ligada a la conquista de las tierras por el ejército romano. Conquista económica y cultural fueron los pilares de las invasiones, cruzadas y las conquistas de los continentes. En esta etapa de la historia el vino cumplió un papel fundamental ya que era parte de pago al ejercito y requisito indispensable para cumplimentar la liturgia de la religión católica. Así que no había muchas vueltas, había que llevar vino o vides a las tierras conquistadas, por lo que se extendió el cultivo de la vida por todo Europa (no por casualidad Francia, España e Italia son los mayores productores de uvas y vinos del mundo). Así esta planta también llegó a gran parte de Asia y por casi toda América (como era lógico, la primer bodega de nuestro continente se fundó en México).
¿Pero que tiene de especial el vino para la religión? Tiene un significado especial en la Eucaristía, donde el pan se transforma en el cuerpo y el vino en la sangre de Cristo. Dicho en términos teológicos a esto se le llama la transustanciación. Dice la Biblia que dijo Cristo «Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros». Después tomó en sus manos el cáliz del vino y les dijo: «Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre». «Haced esto en conmemoración mía».
Desde otro punto de vista, el aplastado de la uva representa la muerte, la fermentación una etapa de transición que dura un cierto tiempo, para finalmente resurgir o resucitar como vino. Es decir el vino es una fuente de esperanza y alegría para este sagrado rito.
Si bien tiene un sentido central en la liturgia y positivo, los fieles son libres de consumir esta bebida, pero la Biblia también advierte y condena la borrachera y consumo excesivo.
Como ya dije un católico puede tomar cualquier vino, pero el curo no. ¿Entonces, qué vino toma el cura? Por empezar te puedo decir que hay dos bodegas «habilitadas» por el arzobispado para producir vino de misa, de consagrar o de comunión. Una es la bodega de Don Bosco (colegio y facultad católica), y la otra es Bodega Cabrini.
Seguramente pensaste en si tenía alcohol o no, si era rico o no, y por qué no se compartía. Bueno te cuento que es un vino fortificado, es decir que tiene más alcohol de lo normal, puede llegar a los 18 % v/v de alcohol y es dulce. Puede pasar por barricas, pero no es indispensable. Pero en cuanto a la uva y la elaboración no tiene nada de diferente al vino que uno toma en su casa. Yo no pude descubrir porqué la ostia que es la representación del pan y que por la transustanciación es la carne de Cristo es compartida a todos los fieles, pero el vino, la sangre de Cristo, no. Solo es bebido por el cura. Tal vez sea por cuestiones prácticas.
El vino según los judíos
Para los judíos también es un símbolo de santificación, agradecimiento y abundancia. La copa tiene que estar hasta el borde y ser compartida por todos los presente. El vino también es parte de otras celebraciones como casamientos, nacimientos y mayoría de edad.
Pero los judíos no toman cualquier vino, tiene que ser el vino «adecuado» o «puro» (Kosher), porque que debe cumplir con bastantes requisitos desde el viñedo a la copa, y contar con una certificación de un rabino.
En el campo la vid las vides tienen que crecer solas (sin tutores), tener más de 4 años para cosecharlas, y cada 7 años se deja reposar al suelo. La cosecha puede ser mecánica o manual pero solo con manos judías, siempre dentro de la semana, exceptuando sábados y domingos.
Cuando la uva llega a la bodega también existen varias restricciones. Solo un judío puedo tocar y prensar la uva para transformar el mosto en vino y toda la maquinaria tiene que ser limpiada previamente. Las levaduras seleccionadas, enzimas y bacterias están prohibidas en la elaboración. Pero tal vez lo más llamativo es que está prohibido que una persona no judía vea el vino, lo cual plantea un desafío interesante para enólogo si no es judío. Para él se reserva una alícuota, una parte, del mosto y se dispone en una barrica y a través de ella trabajará y seguirá al vino e informará al rabino de su evolución. Luego del embotellado y certificación oficial, la botella puede ser manipulada por cualquiera, sea religioso o no, pero para no perder su condición sagrada, el vino solo puedo ser abierto y servido por un judío.
Si en todo este proceso previo al embotellado un no judío mete la mano o los ojos, el vino tendría que ser pasteurizado (termo-fash) para volver a ser «apto».
Pero sacando las consideraciones productivas, si tomásemos el vino sería parecido a cualquiera de los que habitualmente descorchamos los no judíos. Es decir, no es un vino «encabezado» ni dulce, como es el de la misa católica.
Cierre
Hasta acá llega la columna de hoy, se nos hizo larga, pero hay mucho por hablar así que se lo sigo la semana que viene. Salud!!
Fran
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