Link de la nota en página original – Blog de Chakana wines
Como hemos hecho en artículos anteriores (1 – 2), retomamos el debate sobre el rol del sistema de puntajes del vino. Nuestro punto de partida es que se trata de un mecanismo reduccionista y arbitrario para calificar un hecho cultural multidimensional, y que la calificación de los denominados “expertos” del vino no debe condicionar la exploración individual del consumidor.
Nuestra reflexión intenta ser una crítica a una práctica establecida en el mundo de vino que destruye la originalidad y la individualidad; en defensa de un vino auténtico y libre que se oponga a los requerimientos del mercado industrializado.
En nuestra opinión, que los “expertos” se pongan el traje de jueces y que definan en algunos segundos, qué vino debe ser consumido y cuál debe ser despreciado es una característica de la (vieja) modernidad que bien podemos dejar de lado. Esto no va necesariamente en desmedro de las tareas de educación y comunicación de los expertos, sólo intentamos visibilizar los puntos más polémicos de esta práctica para que cada consumidor saque sus propias conclusiones.
1. No hay dos copas de vino iguales
En primer lugar, el vino es un fenómeno vivo y subjetivo. No hay dos botellas iguales del mismo vino; el paso del tiempo, las condiciones de cata, la experiencia y hábitos del consumidor y hasta su estado fisiológico modifican las percepciones. Aún más, el mismo vino evoluciona de manera dramática en la copa al contacto con el aire y con la saliva de cada individuo. Es imposible que dos expertos puedan degustar exactamente el mismo objeto, por lo que sus opiniones son necesariamente muestrales. Una opinión hecha de múltiples catas es mucho más representativa: estadística básica. En una nota anterior citamos un artículo en el que se habían tomado el trabajo de correlacionar los puntajes de Jancis Robinson con los de Robert Parker, dos de los mayores “expertos”. Sus puntajes tienen bajísima correlación, es decir, coinciden muy poco. Claro, cada bodega usa los puntajes que le favorecen. Y solo esos.
2. Marketing de expertos
En segundo lugar, nos permitimos objetar el fenómeno mismo de los expertos que ponen puntajes: ellos mismos viven del vino compitiendo en una suerte de mercado de expertos, donde cada uno trata de monetizar su opinión influyendo sobre el público consumidor (y el trade) para someter a las bodegas, quienes en definitiva terminan dándole publicidad. No está claro como este sistema promueva exactamente la objetividad.
3. Muestras “elegidas”
La decisión de los expertos de no pagar por las muestras y pedirlas a las bodegas atenta severamente contra la transparencia del proceso. Aquí queremos evidenciar que esta práctica permite adulterar a voluntad la muestra y en definitiva depende de la ética del productor que esta coincida con el producto disponible para el consumidor. Luis Gutiérrez en el último reporte de Wine Advocate sobre argentina se quejaba de la cantidad de vinos de una sola barrica que le habían presentado. Tendemos a pensar que este comentario, después de años de premiar especialmente este tipo de producciones, sea demasiado ingenuo o demasiado cínico.
4. Catas a la vista y en buena compañía
Y finalmente, el problema de las condiciones de cata. A diferencia de los humildes consumidores, los periodistas degustan los vinos de los principales productores en la bodega misma, acompañados y cortejados por enólogos y propietarios. Curiosamente, el editor de Wine Spectator, Matt Kramer, en su libro True Taste indica cómo el principal factor del gusto es el “insight”, es decir, el conocimiento que tiene el degustador sobre el proyecto. Es inevitable que el experto no sea influenciado por el prestigio, la simpatía o el poder económico de su huésped, aunque el mismo no lo advierta. Adiós objetividad.
Todo cambia, en la era de Internet de una manera más rápida que nunca. Aportamos nuestro grano de arena para un sistema de comunicación del vino más honesto y transparente.